Gracias Héctor por tu colaboración.
Era un día limpio, claro,
y sin obligaciones. Fui a una galería de esas que exponen pintores no
conocidos. Siempre me gustó la pintura, a veces encuentras cuadros interesantes, no sé si de gran valor
monetario, pero sí en lo afectivo. Cada pintor expresa, lo que desea, y su obra
no siempre es interpretada.
En fin, de
recorrida me sorprendió un cuadro que, para el neófito, no dice nada, quizá
para mí tampoco, pero al pasar frente a él algo me atrajo.
En la
obra se destacaba una calle, sí, una calle en medio de una gran forestación,
que atravesaba la tela pero que parecía sin fin. Los colores reflejaban varias
etapas del camino, como si arrancara de un paisaje parecido a los bosques de
Chubut, en Esquél, donde estuve y quisiera volver,
siguiendo luego por calles de una ciudad en nada convencionales. Me quedé
observando que, a medida que me acercaba, parecía que la calle avanzaba, y si
me retiraba, salía de ella hacia el bosque, -¿cómo lo logra?- me pregunté; de
repente…una voz cercana, inquirió, -¿le gusta?-,
miré a mi lado y vi a un señor, (extraño personaje, si los hay), vestido con un
saco rojo , de buena tela, pantalón al tono y un sombrero simpático, que
resultó ser mi interlocutor. –Sí-, respondí, ¿sabe
usted quien lo pintó?, porque no está firmado. – Sí-, respondió, -¿quiere
conocerlo?-, ¡por supuesto!, -me apresuré a decir-, bien, entonces vayamos. Acto seguido me tomó del brazo y
avanzamos hacia el cuadro.
No me pregunten cómo, pero, en un instante, estaba en el sendero
recorriendo ese bosque verde y escuchando sus inconmensurables sonidos. El
personaje caminaba sonriente contándome sobre el origen de cada ruido, de cada
pájaro que cruzaba, sobre cada rincón que saludaba, sin que yo pudiera ver a
nadie. –Están-, me dijo, lo que pasa es que usted no procura verlos…haga un esfuerzo, déjese llevar por el ambiente del
bosque y verá sus caras. Puse mayor atención, según me indicaran las palabras
del hombrecillo, y de pronto vi unos ojos
sonrientes que aparecían y desaparecían entre el follaje, -son duendes-, me
explicó, -pocas personas los ven, pero allí están-.
Realmente me sentía bien, todo hacía que no me preocupara por
saber donde estaba, sino como seguía el camino; al poco rato paramos nuestra
marcha, justo en un recodo donde el agua azul de un lago daba la sensación que nunca, nunca, nunca, hubiese estado el hombre y sus
desatinos
-¿Va bien?-, me preguntó mi guía,
-"fantástico"-, le respondí. -"Este es el camino del pintor, al
final del mismo nos encontraremos con él y lo conocerá"-
. Seguimos andando, y el sendero se fue transformando en calle
propiamente dicha, sin saber cómo, empezamos a ver una ciudad en la que yo
nunca estuve, pero que, por lo que he leído y visto, me resultaba familiar. La calle, que ya era calle, y a sus costados se veía
gente bohemia que pintaba y leía versos sin tapujos ni sonrojos, -¿dónde
estamos?-, pregunté, -"Esto es París"-, fue la respuesta.
¿París?, ¿Francia?, ¡Cómo qué
París!, ¡si no viajamos!, -sí, París- , me respondió. Estuvimos andando, -esto
es París, y esta calle es arte, acá es en donde muchos se trasladan sin
necesidad de viajar, solo por medio de sus sueños-, -¿acaso sus sueños no
quisieron llegar a conocer Paris?, sus calles, su gente...bueno aquí
estamos...allí hay un bar. Se llama Café de la Pé,
¿lo conoce?, mire...allí está el pintor-.
El hombre que estaba sentado nos saludó agitando sus brazos,
invitándonos a sentarnos, una
bella señorita nos sirvió café. -"¿Es tal como la imaginó esta dama?, ¿verdad?-,
me dijo, y sin aguardar respuesta, inquirió: -¿gustó de mi pintura?-, "me
sorprendió", respondí...
-No soy yo, el que define mis trabajos, sino la gente como Ud.,
que transforma mis telas en sueños-, y acto seguido, se dio vuelta y me
agradeció el haberlo ido a conocer. ¡Él me agradeció a mí!
-Continuamos viaje?-, sugirió mi
acompañante, -sí, le respondí-, ¿hacia adonde seguimos?
-ya es tarde, debemos volver-, me informó. Bajamos unos peldaños de
escalera, y me dijo, -llegamos, adelante-, abrió la puerta y me encontré en el
hall de la galería de arte, ¡pero no así con mi interlocutor!, me quede
inmóvil, -¿estuve soñando? ¿durante cuánto tiempo?-.
Caminé en busca del cuadro en la
pared, pero ya no estaba... ¿Como pudo ser?, ¿lo habrán vendido? Si hasta hace
un rato lo estaba mirando. Un poco quejoso al no
verlo, y no encontrar respuestas, enfilé hacia un bar,
pedí un café sintiendo una mezcla de frustración y alegría por lo que había
vivido o soñado, pagué , y emprendí el regreso a mi casa.
Al llegar, el encargado me abrió la
puerta y me dijo: Tengo esto para usted, me lo dejó
un señor junto a esta tarjeta. “Saludos cordiales,
que lo disfrute, me hizo feliz. Firmado De la Pé.”
Era el mismo cuadro, con solo con una variante: de firma tenía
unos ojos sonrientes
Héctor Julián