Repentinamente, en una esquina, vi a un niño arrodillado llorando, me acerqué a
preguntar que le pasaba, –a mi barquito se lo llevó el agua por ahí
(señalándome una alcantarilla).
Había llovido en forma intensa el día
anterior, y el agua corría, por lo cual parecía posible el motivo de su
queja.
¿Cómo era tu barquito?, -pregunté-,
era de papel, a mi me gustaba, me respondió,- bueno-, le dije, vamos a hacer
otro. Con un pedazo de madera de árbol, dos ramas y un papel de chocolate armé
una balsa con velas. -¿Te gusta?-, ¡fantástico!
–respondió-, pero,…si se me va también?
Bueno, ve a la plaza con tu papá, y hazlo navegar, con un hilo largo, por
el lago.
Muy sonriente, y abrazado a su barco como si fuera un tesoro, me dijo -¡Gracias,
me llamo Luciano, me dicen lucho,¿ y vos?-.
Le di mi nombre, me saludó, y se fue.
Al día siguiente pasé por el parque pensando en comprarme unos lentes
oscuros más baratos, y pasé junto al lago.
Me acerqué y, sorprendido, observé navegando a una balsa muy similar a la que
yo había armado. Era de tamaño natural y manejada por un personaje pintoresco,
de saco color rojo, que me resultaba familiar, también a mi amigo Lucho, y varios niños más.
¡Héctor!, ¡Héctor! Me llamaban, invitándome a navegar. Sin pensarlo subi ,
ante el requerimiento de tan alegres marineros. El “personaje” me dijo, - ¿se
acuerda de mí?, el de la galería de arte, el del cuadro camino a París, ¿me recuerda?- Insistió.
Asombrado e incrédulo, seguí el viaje sin contestarle. Recorrimos un tramo,
y el horizonte cambió, navegábamos ya
por un río en cuyas márgenes había una tupida vegetación de acacias, pinos, arbustos, y sauces llorones, de cuyas
ramas colgaban flores rojas y bastoncillos blancos rayados de colores. -¿De qué
son esos frutos?-, pregunté, -son chupetines palito-, me respondió el
personaje, -y las flores son helados de frutilla. Este es el sendero de los
niños felices. Únicamente entran ellos y quien los hace felices. La felicidad
de los niños es patrimonio solo de ellos; todos la llevan dentro,
solo que a veces, las circunstancias hacen que no lo expresen. Hoy Ud.
ha colaborado para que ello sucediera, y aquí está. Los adultos no saben
diferenciar a un niño contento de un
niño feliz. Todos los niños en varios momentos están contentos, pero, ¿felices?; la felicidad no se compra
con regalos, se debe sentir y apreciar, y ellos son los mejores intérpretes para eso. ¡Mírelos,
ellos hoy son felices! Observe, vamos a la calesita que está en esa isla.
Ayúdeme, tome la sortija, y a cada vuelta deje que vayan agarrándola
uno a uno. Verá que quien no la toma en esa vuelta, estará feliz que su amigo
lo haya hecho. Ese es el secreto, ellos nos enseñan a nosotros-.
Al dar la sortija, me di cuenta que del aparato salía, en lugar de la
acostumbrada argolla, un premio de chocolate.
Volvimos. Me dejaron en el borde del lago. Nos volveremos a ver, me dijo el
hombrecillo, estoy seguro… navegaron,
giraron y desaparecieron.
Inquieto por lo que había pasado caminé hasta encontrar al guardián
del parque, al hacerlo le pregunté donde
estaba el atracadero de los botes para alquilar, me miró sorprendido, - no, acá
no hay botes, ¿Ud. vio alguno?- , me respondió,
agregando -si es así avíseme, porque no está permitido-. No dije nada, volví sobre mis pasos recordando lo que
me había comentado el hombrecillo, y ya casi al salir del parque la voz del
guardián me alertó: “Señor se olvidó esto”…, eran dos barquitos, uno, el que yo
había armado, otro de papel mojado que
decía : “gracias por los dulces y la alegría”…. De mástil tenía un chupetín de
palito a rayas.
Héctor Julián
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