jueves, 8 de marzo de 2012

   EL TÍO                                                                         

-Ya le aviso que usted esta aquí- promete una voz mecánicamente gentil

El anciano baja ansioso los cuatro peldaños de la entrada
Gorro, abrigo y recomendaciones, soportan los 24 grados centígrados
Frío de cadalso en su persona
Bajo las lentes de los anteojos brilla extraviadamente el agradecimiento

Un “cortado”, quizá una trasgresora cerveza
Una caminata de cuatrocientos metros
y la charla con el sobrino
Propuesta de programa para un octogenario

Ya incompatible con su alojamiento, la prótesis dental obstaculiza su locuacidad
La queja, desarticulada, se reitera largamente
El extravío del audífono amplifica el volumen de su voz

Cuatro comidas al día, doce horas de ausencia en el sueño
Atención esmerada. Servicios
Necesita ser servido. Y así lo hacen, por retribución monetaria, que no afectiva
Ya no es el proveedor de antaño, solo su consecuencia

Habla alto, sonríe débilmente y.......se queja

Entiende que no hay solución. Inventa salidas, pero sabe que no están
En el encierro dejará lo que queda de su cuerpo
Ese sí será su escape. Aunque desconoce hacia donde

Se palia su soledad según la voluntad, tiempo, y bolsillo de sus allegados
Un café, quizá un almuerzo, una llamada. Todo desde afuera

El cirujano no le ha extirpado el recuerdo de un hogar, el suyo
Se queja

Nadie con quien dialogar -todos son “ancianos”-, dice

No tiene su mesa ni su comida, se consuela con el vasito de vino para la cena
-en tanto alguien recuerde llevárle una 3/4 de tanto en tanto-
“Los abuelos no deben tener dinero”
Nada puede hacer. Ni siquiera amigos

Esta solo, en la inexistente compañía de otros solos
Todos silentes rumiantes de recuerdos no siempre digeridos

Se queja. Invoca a la liberación final
No comprende el porqué de ese estancamiento en última etapa de su vida
Los “Buenos días” de las 8 hs. preceden a las “Buenas Noches”, de las 20 hs. Solo eso

Estructura sólida con ciertas pretensiones. Casona de comienzos del siglo veinte
Nadie pensaría en poner allí un almacenamiento de pequeños bebes
Dejarlos solos, sin el gasto de una explicación que no sería comprendida
Solos sin padres, hermanos, ni abuelos. Aunque permitidas las visitas

Si las costumbres no mudaran en ocho décadas, ahí estarían los pequeños de hoy, finalmente

¿Cómo explicarle?
¿De que serviría augurar que dentro de treinta, o cuarenta años habrá asistencia?
¿Que los pasajeros recibirán la información y trato de que son merecedores en su partida?
Él está aquí y ahora. Su incomprensión y sufrimiento, también

Le tocó vivir el impasse del cambio
Una cultura muere. Otra nacerá
Pero recién mañana

No hay culpas con las que descargarse

Ya no puede algunas cosas. Ya no puede solo
Se extravía en medio de una simple vuelta de manzana
Los ajenos tiempos no alcanzan a su necesidad
Sí, no hay culpas, ni hogar. Meras visitas

-“Nunca te hagas viejo”- Me dice, y lleva razón

Ochenta años hace, su niñez compartió a los padres y los abuelos con seis hermanos
Demolido el cuerpo del delito, ya no hay patios, parra y macetas de la casa de Flores
Su hogar. Ejemplo que no rige

En los departamentos, estrechos espacios aéreos, no hay estantería para lo superfluo
Sus habitantes no disponen del tiempo, no están en casa, no los cuidarán. No los necesitan
A los rosales, al limonero, al cuartito de la terraza y a los abuelos

                                                                                          Filemón Solo