martes, 13 de marzo de 2012

Pelusas 

Aunque uno trate de no mirarlas, allí están. Son las mágicas pelusas, que salen, se autogeneran, o se reproducen gozosamente en momentos en que el responsable del piso que las alberga se encuentra ocupado en vivir su vida.
Pareciera algo de poca importancia, pero no lo es. Y no lo es desde el momento en que representan una diferencia, esa que es obvia entre un sitio limpio y otro mugriento.
No conozco y, de hecho, sospecho que no lo hay, a alguien que disfrute el compartir su vivienda con estos elementos. Su existencia es realmente inexplicable, el estar compuestas de filamentos muy sutiles las hace sumamente volátiles, un tradicional barrido, lejos de acabar con la plaga, solo contribuye a estimular la aparición de más y mayores pelusas. Para esa herramienta de limpieza que suele hacer su trabajo por medio del rastrillaje de los capilares que luce en su extremo, el bien conocido escobillón, representan un serio problema desde el momento en se adhieren a su pelambre saturando la capacidad de trabajo del instrumento. Consecuentemente, uno debe  tomarlas delicadamente con los dedos y darles destino final en la bolsa de desperdicios. No menos afectada resulta la máquina de aspirar, en ella se fijan a las paredes de la bolsa colectora haciéndola del todo inútil; esto en caso de que no obturen antes los conductos de absorción. Para ambas ocasiones son los mismos dedos los que deben lidiar con las malditas pelusas.
Todo cumple una función en este mundo nuestro, donde lo existente no es tan aleatorio como podría parecer.
Se me ocurre que estamos hablando de representaciones simbólicas. Recuerdo ese maravilloso “Ilusiones” de Richard Bach, en el cual a un muy especial personaje llamado, si bien repaso, Donald Shimoda, jamás se le ensuciaba su brillante aeronave. Bien podría ser que las pelusas ocupen un emblemático papel en la escala ética, moral o espiritual de su ocasional tenedor. Indicándole, con su inagotable presencia, que debe efectuar una detallada limpieza en pisos, estanterías y, sobre todo, en los rincones menos visitados de su alma.
Por cierto que esto me ha puesto a pensar. Mi pequeña morada se encuentra inveteradamente invadida por estos extraños visitantes, puede que ahora que lo noto logre finalmente su erradicación.


Filemón Solo