miércoles, 16 de mayo de 2012

El Barco y el Chupetín

PARTICIPACIÓN DE HÉCTOR JULIAN

Salí a caminar, sábado, tranquilo, pensaba hacer unas compras, el tiempo me sobraba.
Repentinamente, en una esquina,  vi  a un niño arrodillado llorando, me acerqué a preguntar que le pasaba, –a mi barquito se lo llevó el agua por ahí (señalándome una alcantarilla).
Había llovido en forma intensa el día  anterior, y el agua corría, por lo cual parecía posible el motivo de su queja.
¿Cómo era tu barquito?,  -pregunté-, era de papel, a mi me gustaba, me respondió,- bueno-, le dije, vamos a hacer otro. Con un pedazo de madera de árbol, dos ramas y un papel de chocolate armé una balsa con velas. -¿Te gusta?-,  ¡fantástico! –respondió-,  pero,…si se me va también?
Bueno, ve a la plaza con tu papá, y hazlo navegar, con un hilo largo, por el lago.
Muy sonriente, y abrazado a su barco como si fuera un tesoro, me dijo -¡Gracias, me llamo Luciano, me dicen lucho,¿ y vos?-.  Le di mi nombre, me saludó, y se fue.
Al día siguiente pasé por el parque pensando en comprarme unos lentes oscuros más baratos,  y pasé junto al lago. Me acerqué y, sorprendido, observé navegando a una balsa muy similar a la que yo había armado. Era de tamaño natural y manejada por un personaje pintoresco, de saco color rojo, que me resultaba familiar, también  a mi amigo Lucho, y varios niños más.
¡Héctor!, ¡Héctor! Me llamaban, invitándome a navegar. Sin pensarlo subi , ante el requerimiento de tan alegres marineros. El “personaje” me dijo, - ¿se acuerda de mí?, el de la galería de arte, el del cuadro camino a París, ¿me  recuerda?- Insistió.
Asombrado e incrédulo, seguí el viaje sin contestarle. Recorrimos un tramo, y el horizonte cambió,  navegábamos ya por un río en cuyas márgenes había una tupida vegetación de acacias,  pinos, arbustos, y sauces llorones, de cuyas ramas colgaban flores rojas y bastoncillos blancos rayados de colores. -¿De qué son esos frutos?-, pregunté, -son chupetines palito-, me respondió el personaje, -y las flores son helados de frutilla. Este es el sendero de los niños felices. Únicamente entran ellos y quien los hace felices. La felicidad de los niños es patrimonio solo de ellos; todos la llevan  dentro,  solo que a veces, las circunstancias hacen que no lo expresen. Hoy Ud. ha colaborado para que ello sucediera, y aquí está. Los adultos no saben diferenciar a un niño contento de  un niño feliz. Todos los  niños  en varios momentos están contentos,  pero, ¿felices?; la felicidad no se compra con regalos, se debe sentir y apreciar, y ellos son  los mejores intérpretes para eso. ¡Mírelos, ellos hoy son felices! Observe, vamos a la calesita que está en esa isla. Ayúdeme, tome la  sortija,  y a cada vuelta deje que vayan agarrándola uno a uno. Verá que quien no la toma en esa vuelta, estará feliz que su amigo lo haya  hecho.  Ese es el secreto, ellos nos enseñan a  nosotros-. 
Al dar la sortija, me di cuenta que del aparato salía, en lugar de la acostumbrada argolla, un premio de chocolate. 
Volvimos. Me dejaron en el borde del lago. Nos volveremos a ver, me dijo el hombrecillo,  estoy seguro… navegaron, giraron y desaparecieron.
Inquieto por lo que había pasado caminé hasta encontrar al guardián del  parque, al hacerlo le pregunté donde estaba el atracadero de los botes para alquilar, me miró sorprendido, - no, acá no hay botes, ¿Ud. vio  alguno?- , me respondió, agregando -si es así avíseme, porque no está permitido-. No dije  nada, volví sobre mis pasos recordando lo que me había comentado el hombrecillo, y ya casi al salir del parque la voz del guardián me alertó: “Señor se olvidó esto”…, eran dos barquitos, uno, el que yo había armado, otro de papel  mojado que decía : “gracias por los dulces y la alegría”…. De mástil tenía un chupetín de palito a rayas.


                                                                                                 Héctor Julián