No hay donde volver.
El sitio ya no existe, como todo sueño se esfumó al abandonarlo. Lo dejé sin
mirar atrás y me fui alejando paulatinamente, paso a paso. En comienzos
intentaba retornar a las viejas brumas con la esperanza de reingresar al engaño
que las construyera, hace ya tantos y tantos años de ceguera.
No es que haya aprendido mucho, ni siquiera
lo necesario indispensable para desoír a la nostalgia que la perdida ilusión me
regurgita de tanto en siempre. Solo una gota, esa que entrega el alambique del
vivir en la experiencia; y luego de un costosísimo proceso de destilación de
elementos espurios. Muy poco, es cierto; magro en volumen, pero conteniendo un
auténtico resultado: conclusiones, y lo que se concluye está pues,”concluido”.
Y la soledad, que no
existe como falencia de persona o cosa, es el único estado de pureza del
sentimiento. Verdad que ese sentimiento debió ser esterilizado, pues contuvo
los gérmenes nacidos en engañosos recuerdos de irrealidades acontecidas en la
ficción de aquello que creímos más o menos cierto. Tiempos donde
despilfarrábamos nuestra fe como si fuera la verdadera. Inversiones de
esperanza disparada hacia casi cualquier cosa parecida al afecto que se nos
cruzara en el camino.
¿Dije afecto?, sí eso dije. El pedido de disculpas viene
acompañado de un escueto relato de los usos de una época donde “la frase” no se
pronunciaba así como así. El “te amo” se escondía tímidamente detrás de un
incorrecto “te quiero”; término que solo alude a una mera posesión. Tuvimos que
aprender a expresar con su nombre el sentimiento que la almidonada generación
anterior (anterior a la nuestra, quede claro) omitiera en su enseñanza, y no
por intención de silenciarlo, sino por la misma causa: nunca nadie en su
educación le diera semántica aplicación. El afortunado que, portando más de
cinco décadas contara con destinatario, recién aquí se aventuró a lanzar su
primer “te amo”.
Cualquiera sea el nombre que le damos, casi
todos conocemos algo acerca del amor, el problema radica en su práctica y
conservación. Ahí es donde se esconde el porqué de tantos intentos caídos en
fracaso. Siendo solo parte de aquello que realmente somos, esperamos que otro
ser nos provea del sector faltante: “eso que nos complemente”, obviando que la
plenitud debe ser patrimonio personal, para luego ejercitarla en la pareja. El
amor que llena un vacío, más que amor es una prótesis.
Sí, no hay donde volver, la inocencia, tan cercana a la
estupidez, se deja atrás en un para-siempre cuyo trayecto nos sitúa exactamente
donde estamos: tratando de comprender el porqué debemos alejarnos nuevamente de
la presente alucinación, o, en su defecto, no comprendiendo nada.
Licuado de cariño, bronca, una pizca de mentira y
resignación a gusto.
Claro que hay almas gemelas, lo que difiere son las
personalidades.
Filemón Solo